domingo, 17 de febrero de 2013

II

¡Tragedia! ¡Tragedia! Ha muerto, murió… Era 3 de diciembre, era una mañana gélida, inolvidable para el puño de Dios o la madre Naturaleza, parecía que iba a nevar, sin embargo creo que la nieva tenía miedo de caer, ese día tan gris; podía ver el aliento de las personas en la calle junto a los intentos de sus cuerpo por querer hacer un parvo de calor temblando. Me dirigía a mi trabajo, era un invisible notario que hacía los trabajos de unas cuantas personas en la ciudad, aún así ganaba lo suficiente para poder vivir yo, junto a mi calco de familia; mi vida –sí podía llamarse como tal- era, monótona, pasiva, sin sentido; lo único por lo que vivía, eran mis dos hermanos, la única familia que tenía, la única familia que tuve. Nunca conocimos a nuestros padres o nunca nos quisieron ellos a nosotros, eso ya no importa, nada cambiará ya. Vivimos por 18 años en el Orfanato “Riffstank”, un agujero donde se posan la mayoría de almas recién nacidas que son odiadas por sus progenitores; siempre fuimos los tres huérfanos que nadie quería adoptar, éramos los perros que no poseían raza para poder darnos un nombres más allá del común, éramos lo trillizos sin familia, tres seres sin hogar. Alcanzamos la mayoría de nuestra edad, aún vivíamos en el orfanato –no nos podían mantener más-, debimos salir y enfrentar a la terrible realidad. Diría que nuestra infancia fue dichosa pero me enseñaron a no mentir, o tal vez lo leí en uno de los pocos libros que tenía la biblioteca de ese lugar y quedó en mí ese pensamiento. Tengo marcas en todo el cuerpo, marcas que me recuerdan que con gritos y lágrimas rogaba a los inhumanos que allí habitaban que no lastimaran a mis hermanos, prefería sufrir yo, que ver a mis hermanos llorando, tenían suficiente de la vida, no quería cargarlos más…