martes, 8 de enero de 2013

Cripta


Yacía aquel pensando, soñando, sintiendo…
¿Morí? ¿Caí por el abismo de mi locura? ¿La lujuria de mi desesperanza a donde me ha llevado?
La amnesia de mi cuerpo era mayor que la de mi imaginación, todo pasó tan rápido ¿En dónde estoy? ¿Quién soy?... me preguntaba

-Caí de mi lecho, no sabía si todo había sido un sueño, una pesadilla o un deseo anhelado, ensuciado por el remordimiento de mi conciencia.
Oí una voz a lo lejos gritando desgarradoramente mi nombre  y decía:
- ¡Stephan! ¡Stephan! ¡Stephan Blakemore!

Camino sin saber hacia dónde voy, llegan recuerdos a mi mente, memorias de mi padre. ¡Me duele tanto la cabeza!
Todo da vueltas, oigo patéticos gritos en lo níveo de mi mente.

El gran Sr. Blakemore ha muerto… mi padre.
Quedé huérfano.
-Debería morir también. Pensé
Caí en la psicosis por mucho tiempo, ¡Que patético soy! Murió mi padre y parte de mí se fue con él… el acta de mi independencia quedó hecha cenizas, mi libertador murió.

Una noche hablando con su tumba le decía en suaves susurros:
-Pasaron dos años desde tu muerte, mi padre, aquel que fue cruel conmigo aquel que laceraba mi cuerpo, aquel que era mi dueño, aquel padre que amé ¡El envidiable Sr. Blakemore!

Mi habitación era mi manicomio, escribía y escribía, en el viento, en papel, en mi cuerpo.

Mi último escrito era una carta dirigida a mi padre:
Te escribo esta carta para que me recuerdes, en ella pongo todo lo que he vivido en estos últimos inviernos, solo te escribo trivialidades, espero me respondas, solo dime ¿A quién se la doy para que te la entregue, dime? El correo no la acepta. No sé por qué.
Creo que a mi mente ha llegado la demencia junto con, la profunda soledad de mi habitación vacía, el cansancio ha sido tanto que no ya no sé, no sé, ¡Qué terrible es no saber! ¡Oh Shakespeare! ¡Vivir o no hacerlo, he ahí el dilema!
¿Qué o quién me podrá curar? ¡Dime! Gran Sr. Blakemore. ¡Dime!

Me quedé dormido escribiendo, (como siempre) entre la lluvia de mis lagrimas, el alcohol y las drogas del aroma de mis agridulces letras esparcidas en el papel y en la venas de mi sangre.
Al día siguiente, desperté debía salir a la biblioteca, mi único refugio después de mi habitación donde no era encasillado como un maniático y no sentía la respiración de los demás; camine, camine y camine, estaba muy cerca ya de mi destino...

De pronto morí.
La vi entrar. Mi respiración huyó de mis pulmones, robo de los cajones de mi cuerpo, mi corazón. Caminaba ella, el viento era su esclavo y al parecer también yo; una dama de época, con una lozana hermosura griega, tan elegante como lo escarlata de la sangre al cristalizarse. Sus ojos negros profundo que me esquivaban; eran dos cruces negras en mi calvario, su cuerpo, su cuerpo ¡Dios! ¡Su cuerpo, excitada mi hombría bárbara por sus curvas, la experiencia de su edad se cabello, su rostro, sus labios  ¡Ella!
¿Era correcto sentir aquello? ¡Qué más da! No había sentido nada hace dos años, aparte de mi locura y la dulce soledad. En aquel momento que había despertado de mi largo sueño.
Hice una oración a mi padre:
-Oh padre, las cadenas de tu osada tumba hoy se rompieron, les digo adiós como tú me dijiste en mis sueños, ¡Perdóname! Pero mi corazón hoy volvió a latir.

Después de aquello, mi razón de vivir era hacerla mía.
¿Pero cómo? Me sentía humano por primera vez, no sabía qué hacer, era cual venado y sus primeros pasos.
La perdí por un momento y morí, ¡La encontré!  Poseía la misma belleza o más, no lo sé.
Traté de hacer algo para llamar su atención pero fue imposible.
Pasaron tres semanas, desde que la había visto; cada día ansiaba más y más verla, de pronto llegó un día en que sin saber el porqué, me habló. Yo le hablé.
Después de tanto supe su nombre, del cual también me enamoré: Camille Jussiè.
Ella se hizo mi amiga, y yo, su amante en silencio.
Un día de enero, pasados ya, un año y medio desde que nos conocimos, ella me hablaba.
Una vez con gran vivacidad me dijo:
-Fui de las mujeres más dichosas que han habido en el mundo. Citaba sus propias palabras con un aire de melancolía indescriptible, que rodeaba su tez perfectamente esculpida por los dioses.
-Lo fui, porque encontré el amor. No hay mayor dicha que el amor, más que la riqueza, el poder… hasta la misma belleza.
Mi rostro palideció de pronto, al oír la palabra: Amor. La daga de sus palabras había entrado a mi pecho. Dolió pero no lo demostré, y deje que siguiera su relato.
-En mi juventud conocí a un hombre meritorio, alguien que me amó, como yo a él, me hizo sentir mujer, hizo sentirme una diosa. Alguien que me rompió el corazón, pero no me importo, porque lo amaba.
¿Lo amaba? Pensé. Interrumpiéndola en mi mente maldita impetuosa.
La sangre regreso a mi rostro de nuevo, satisfechamente deduje  que ya no lo amaba, que había muerto, no lo sé, y egoístamente le pregunte:
-¿Qué había sido de él?
Camille sollozó en silencio, pero lo noté.
Dijo con suma tristeza:
-Él me engañó. Hizo muchas cosas malas pero eso ¡Eso! era lo único que no le podía perdonar, calló por un momento, hubo un silencio incómodo para los dos.
 Camille recordaba sin querer aquel pasado que le dejó cicatrices por todo el cuerpo y yo sólo sufría por mi amada acallada, al verla en esa posición.
No contestó mi pregunta, pero respeté su dolor.
-No quiero poner el dedo en tu cicatriz. Le dije.
Recobrando su estabilidad dijo:
-No te preocupes Stephan, está bien. 
-Pero ¿Con quién te engaño?
-Él me engaño con… mi media hermana: Charlotte, tartamudeó al decir su nombre… Charlotte Evans.
Charlotte, una mujer tan bella como las musas que danzan y cantan en el Olimpo, pero cruel y despiadada cual Perséfone, Hades. Su corazón maldito, me destruyó a mí y a mi felicidad.
Supongo que a él, mi amado le gustaban más las espinas que las rosas.
-¿Cómo descubriste su engaño?
-Lo encontré con ella, un jueves  de otoño ¡Oh como olvidarlo! estaban en la cornisa de mi  propio hogar. Él la besaba con la pasión y cual pelea lúdica, golpe al golpe, engaño. Cada gota de su impúdico sudor era una lágrima en mi rostro; cada beso, cada roce, cada golpe.
Caí en el hueco de mi mal, en los segundos, en los minutos en que los vi. Los dos me vieron, las lágrimas en mi rostro caían al apreciar a aquel cuadro de desgracia e impureza.
-Trataron de explicar las cosas, pero no había nada que explicar.
-Aquel día fue el último en que los vi a los dos.

Al terminar de decir aquellas tristes palabras cayó en un llanto profundo.
Era de noche esa vez, debía irme, habían pasado unas horas y ella ya se encontraba mejor.
Al despedirme robé sus labios, la besé. Un beso en la boca, con la pasión que nunca había sentido, no se opuso ante aquel robo, besé su cuello, sus mejillas color rosa, sus pechos, su alma. Al siguiente día la busque, pero  no estaba. Pensé que no se sentía bien por lo de anoche, pero aún así no me arrepentí de haberlo hecho.
Pasó un día, pasó otro… pasó un mes y no supe de ella, un día la encontré en la plaza de la Ciudad vieja, trató de evadirme, pero corrí hacía ella, me abrazó fuertemente y lloró en mi pecho. Sequé sus lágrimas y le pregunte:
-¿Por qué lloras? ¿Por qué me evades? ¿Por qué….? Me Interrumpió
-Lo Siento. Me dijo. No sé porque lo hice, esto está mal, no puede pasar, eres un joven, tengo el doble de tu edad y no puedo con ello.
-No dije ninguna palabra, se había roto mi corazón… de nuevo.
-Me fui.
Dos meses después, seguía con mi vida, mis libros… mis sentimientos hacia Camille, mi locura.

Ella había muerto como mi padre.
Ese mismo día ella inesperadamente llegó a mi casa después de mucho. Me dijo tantas cosas que ya no recuerdo.
Cuando ya se iba a ir, la detuve y le dije:
-Termina de contarme aquella historia, tu historia.
-Está bien. Me dijo.
La dejé entrar y empezó. El inicio de mi fin.
-¿Qué pasó con aquel, tu amado?
-No lo sé, ni siquiera sé qué pasó con mi hermana Charlotte, lo más seguro es que se quedaron viviendo juntos y formaron la familia que nunca pudimos tener él y yo.
-Al descubrir su engaño, yo estaba embarazada. Él no lo sabía. Esa parte de él, aunque me haya hecho sufrir siempre iba a vivir conmigo. Decidí callar, mi rencor fue mayor que el amor que sentía.
Mi indiferencia siguió estable, e ignore su estado, solamente la oía.
La última pregunta que le hice… más que romperme el corazón, rompió mi cordura.
-¿Cómo se llamaba, aquel que rompió tu corazón? Me has dicho tanto de él, y siento que sé todo de él; menos su nombre.
Ella no sabía si responder, pero lo hizo por mí. Lo sé.
-Él se llamaba… Darren Blakemore.
¡Mi padre! Pensé.
Mil cosas pasaron por mi cabeza, todo se volvió gris, mi mente me engaño o me dijo la verdad… no lo sé.
Sí ella había quedado embarazada, eso quería decir que yo…
En eso una voz horripilante me dijo:
-Soy su hijo.
Mi corazón se detuvo, lo habrá notado, no me importa. Salí de mi casa corriendo como nunca lo había hecho, ella quedo atónita, no supo que pasó.
En cambio yo sabía exactamente qué pasaba, me sentía indecente, culpable.
Llegue a el edificio más alto de la ciudad, subí con prisa a la azotea no lo pensé dos veces y…

Tres meses después un oficial de policía interrogaba a Camille, no sé porque, yo dormía.
Le preguntaba el oficial:
Usted fue la última persona en verlo ¿Qué pasó? ¿Qué le hizo?
-Ella llorando no supo que decir. Solo salieron estas palabras de su boca:
-Le contaba una historia cual madre a su hijo…
-¿Qué le contaba?
Le narraba mi historia, mi vida, justo antes de que se fuera le dije que hace 20 años había quedado embarazada de un hombre, Darren Blakemore, pero le afectó demasiado no sé porque, no pude decirle que había perdido al bebé a los tres mese de embarazo por mi dolor…

Desde mi tumba lloré por el agridulce aroma de sus palabras, pero por fin estaba con mi padre.
En mi cripta, en el Hipogeo de Stephan Blakemore.